Cecilia hace la misma rutina en las mañanas cuando llega a trabajar. Se mira al espejo sentada sobre una jardinera en un parque del Centro de Medellín, se arregla un poco el cabello -una y otra vez teñido de negro-, rectifica que el labial siga en su lugar y permanece atenta a la espera de que alguien le compre 30 minutos de su ajada compañía.
Empezó a prostituirse a los 15 años porque la situación en su casa no era la mejor y prefirió buscar otras alternativas, lejos de la cantaleta de su padre y del silencio de su madre. Hoy cumple 60 años, 45 de ellos dedicados a “hacer la calle”.
Diariamente tiene entre 5 y 8 clientes, todos señores mayores –más que ella-, y trabaja de lunes a sábado, guardando el domingo. No tiene cuentas exactas, dice ella, pero calcula que se ha acostado con casi 10.000 hombres distintos; pero la cuenta completa, con los que repiten y se convierten en clientes frecuentes, es impensable.
En este momento, su tarifa oscila entre 20 y 30 mil pesos por un ratico, o más si el cliente se ve muy amable y de buena posición. Se gana un promedio bajo de 100.000 mil pesos por día, entre 3 y 3 millones y medio al mes. Y aún no se ha podido retirar.
Como ella, millones de mujeres en el país se dedican diariamente a la prostitución, que si bien es el oficio más viejo del mundo, tiene unas de las peores condiciones en cuanto a trabajo se trata. Y el país sigue esquemáticamente obviando el tema. Tanto, que los últimos censos de prostitución que se han hecho en el país datan de 1960 (realizado en Bogotá por la Cámara de Comercio, con más de 17.000 mujeres censadas) y 1963 (en Medellín, con 18.000 mujeres censadas) y eso que son cifras aproximadas, ya que si en esa época se manejaba bajo cuerda, ahora ni se diga.
Deben ser reinsertadas en la vida laboral y en la sociedad en pleno, dignificándolas y reglamentando su oficio como una actividad económica legal. Ya que si bien la sentencia de la Corte Constitucional T629 de 2010, contempla la licitud de la prostitución voluntaria y racional en sus diversas manifestaciones, de este oficio hay mucho qué cambiar.
En la calle les cobran por el sólo hecho de pararse a buscar clientes. Y si están sin ropa, hay un “impuesto de desnudez” que cobran religiosamente los amables funcionarios de «Las Convivir» y que varía según la cantidad de piel expuesta, pero que va de los 100 a los 300 mil semanales.
Urge una legislación laborista que otorgue más derechos a estas mujeres –y hombres, por supuesto-, que adoptaron la prostitución como labor. Y también un organismo de control, que vigile y proteja este oficio que se encuentra bajo otras manos.
Mucho se ha dicho al respecto y poco se ha concluido. Normal, somos un país laico sólo en la Constitución Política, porque en el ejercicio pesa más la moral y las buenas costumbres que el beneficio de la sociedad.
Es hora de dignificar la prostitución, de aceptarla como una actividad económica más, que no tiene porqué significar un detrimento en los derechos de los ciudadanos de bien, sino que, por el contrario, ayudará a generar equitatividad, quitando a un poco aquellos primitivos estereotipos excluyentes.
Por siglos se ha mancillado la labor de ellas, pero de sábanas para adentro sí sirven, sí existen y sí son necesarias. Cecilia, por ejemplo, se siente orgullosa de ser prostituta, pues no lo roba a nadie, todos la buscan por libertad propia: sin embargo, hubiese querido que las cosas fueran diferentes. “Yo siempre soñé con ser profesora, pero no terminé ni el colegio por estar acá. Uno va aplazando las cosas importantes que tiene en la vida por conseguir otras cosas que supuestamente son urgentes, pero la mayoría son caprichos, bobaditas de la juventud y la vanidad que después no lo abrazan a uno; y en sí uno en esto no se pone a pensar en el futuro, porque uno ya lleva PUTA tatuado en la frente de por vida”.
La mayoría están condenadas a ser la mujer de muchos, pero la esposa de nadie. No tienen derecho a enamorarse, o al menos no de forma correspondida, porque nadie quiere una puta a no ser de que ella esté dispuesta a mantenerlo. «A nosotras nos pagan por nuestro cuerpo y a nosotras nos toca pagar por amor; ¿pero para qué ese amor?, la gente lo recrimina a uno mucho, lo señala. Las parejas lo juzgan a uno en la calle y por la noche le llega a uno el esposo; pero no precisamente para señalar”.
Como el caso de Cecilia, hay para tirar para arriba, mujeres que desde pequeñas y hasta que mueren se dedican a este oficio. ¿Será que aún no han notado que las prostitutas son seres humanos?