Por mi amigo que está preso, porque ha dicho lo que piensa.
Los presos políticos en Colombia existen, y no son los que durante 8 años persiguieron (y asesinaron) a miles de personas por el delito de pensamiento crítico agravado, a miembros de movimientos sociales, trabajadores, líderes campesinos, estudiantes, periodistas independientes, feministas e indígenas. No son prisioneros políticos ni víctimas los aliados del paramilitarismo, ni los corruptos que se ocultan en otros países. No lo son como no son víctimas, sino victimarios, los despojadores de tierras a los que defienden José Félix Lafaurie y Ordóñez.
Sin embargo, en Colombia según organizaciones independientes como la Corporación Solidaridad Jurídica, en 2015 se contaban alrededor de 10.000 presos políticos. Así es, 10.000 personas encarceladas por el Estado colombiano. La causa: tener un pensamiento divergente.
La persecución política en Colombia está institucionalizada, no es algo esporádico, no es anómalo y por eso no se cuestiona de forma suficiente; es parte de la historia y la naturaleza del Estado colombiano, algo que han ejercido todos los gobiernos.
Por lo menos desde la masacre de Las Bananeras en 1928, cuando el Ejército asesinó a cientos de trabajadores junto con sus familias por cometer el acto subversivo de reunirse en una plaza y protestar contra el régimen laboral existente, que les resultaba inhumano, el exterminio y acoso por parte de la instituciones públicas contra quienes las cuestionan están permitidos en Colombia.
La “democracia” más antigua de la región, aquel Estado que pretende dar lecciones sobre derechos humanos a otros, es al tiempo el Estado americano con mayor cantidad de condenas por la violación de los mismos: 13 y por lo menos 50 en curso, más alrededor de 130 demandas por el tema.
Colombia es un Estado despótico vestido de democracia, donde hay más prisioneros políticos que en todas las “dictaduras” del continente.
Los medios masivos de comunicación y entre ellos RCN, que hace sin pudor las veces de canal de propaganda de los sectores de ultraderecha, nunca han permitido que se visibilice el sufrimiento de los presos políticos y la indignidad de esta situación para la sociedad colombiana.
Es por lo anterior, en parte, que la persecución política institucionalizada en Colombia se mantiene encubierta a la mayor parte de la sociedad. Mientras tanto, se exagera y desinforma sobre una misma situación si acaso similar en Venezuela, pues allá quien sale a las calles es un demócrata perseguido y un patriota, aquí es un terrorista subversivo.
Leopoldo López y su grupo no son víctimas, no les interesa la «democracia» solo pretenden armar una revuelta de ricos para recuperar los privilegios que tenían sobre los demás y que el chavismo en buena hora les expropió, pues los habían construido sobre la explotación y miseria de millones.
Ellos sienten que tienen el derecho natural o divino a gobernar; no aceptan y les ofende perder elecciones contra un chofer de bus. La democracia deja de serlo cuando los explotados se deciden a votar por uno de su misma clase social, entonces se vuelve dictadura. La cercanía de Tintori, López y Capriles con la extrema derecha colombiana es prueba suficiente de que no son opositores políticos sino criminales, neoliberales y fanáticos de ultraderecha.
En Colombia los presos políticos sí existen y los falsos positivos judiciales son la forma que recientemente ha adquirido la persecución estatal contra cualquier organización o individuo que ejerza su libertad de pensamiento.
Mediante montajes judiciales, pruebas falsas, espectáculos mediáticos y acusaciones sesgadas se encarcela a personas que con solo 2 herramientas: la crítica y la protesta buscan realizar una idea de utopía de la que están convencidos: la posibilidad y necesidad de construir una sociedad más equitativa, justa y libre.
Uno de los casos que demuestra la brutalidad de la persecución estatal contra el pensamiento divergente es el del profesor Miguel Ángel Beltrán, un sobresaliente investigador y catedrático, reconocido en centros académicos internacionales por su labor científica, durante años comprometido con la enseñanza en las mejores universidades colombianas.
En 2009 Beltrán se encontraba realizando un posdoctorado en México. Por alianza entre los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez y Felipe Calderón, y violando todas las garantías legales nacionales e internacionales, fue traído por la fuerza a Colombia y presentado con ayuda de los medios como un peligroso insurgente. Desde entonces ha estado prisionero, fue liberado, destituido como docente y de nuevo enjaulado.
Se le consideró terrorista por haberse atrevido a plantear verdades incómodas, versos prohibidos. Mediante su estudio, Beltrán sin miedo alguno, a diferencia de casi toda la penosa y decadente academia colombiana, cumplió su función social y alzó la voz en uno de los periodos más oscuros de la historia. Demostró el carácter ficticio de las tesis dominantes que desde el gobierno se promovían, como negar el conflicto armado y la responsabilidad del Estado en él, desconocer la naturaleza política de la insurgencia y reemplazarla por una “amenaza terrorista”.
Mientras los intelectuales colombianos callaban frente al proyecto político pseudofascista que imperaba, Miguel Ángel Beltrán no lo hizo y por eso está prisionero. Con todo esto, el profesor, desde el encierro ha producido textos científicos en sociología, política e historia de la más alta rigurosidad, en los que mantiene su perspectiva crítica y aporta elementos imprescindibles para la comprensión del conflicto armado en Colombia.
Si lo que querían era impedir que se expandiera su pensamiento, han logrado lo contrario, pues cada vez adquiere más atención en las universidades; en pocos días se vendieron todos los ejemplares de su última obra, Las FARC-EP (1950-2015), luchas de ira y esperanza, producida en cautiverio.
Otro de los casos más aberrantes y recientes en esta materia es el de 4 jóvenes estudiantes de la Universidad de Antioquia (Juan Camilo, Alexis, Santiago y Cristian) que tras la marcha del día de la clase obrera fueron detenidos en condiciones irregulares por policías sin uniforme, que los separaron de sus pertenencias y luego los acusaron de portar propaganda insurgente y supuestamente de pintar paredes.
De manera exprés se les achacó el delito de terrorismo, fueron estigmatizados como “revoltosos” por el primer juez que conoció del caso, quien además consideró que por ser estudiantes de dicha universidad se dedicaban a organizar huelgas. Los jueces en Colombia cuando tienen enfrente a un crítico del Estado no saben qué hacer con él o ella y acuden a lo más salvaje y cavernario: encarcelarlo. Ellos permanecen bajo tierra, en el hacinamiento, frío y oscuridad del pozo de prisioneros de la Sijín en Medellín, pero cuentan con el apoyo de organizaciones sociales nacionales e internacionales.
Los verdaderos criminales no visten camuflado, no ocultan su rostro; al contrario, visten saco y corbata, y para verlos solo hay que encender la televisión.
Ellos, que posan como ejemplo para el resto de la sociedad, son los que hablan de “resistencia civil” contra la paz, los que gustan de enviar a los hijos de la gente pobre a la guerra pero nunca a los suyos. Son los que se apropian de la tierra de los indígenas en el Cauca para sembrar caña y producir veneno embotellado con azúcar. Son los que le ponen una regla fiscal al derecho a la salud de la gente y engrosan sus ganancias con cada muerto del sistema de salud.
Son empresarios que solo piensan encajarle más horas de trabajo a sus empleados mientras afirman que el salario mínimo es muy alto. Son fanáticos religiosos, funcionarios públicos que usan su cargo para imponer su fundamentalismo católico. Son los que se enriquecen urbanizando cada centímetro cuadrado que encuentran en las ciudades, sin importar el espacio público. Es un presidente que permite a las multinacionales mineras y petroleras destruir los ríos, bosques y territorios. Todos ellos son los verdaderos criminales los que ponen en jaulas a personas como los cuatro estudiantes de la Universidad de Antioquia, al profesor Miguel Ángel Beltrán, a líderes campesinos como Huber Ballesteros o a Feliciano Valencia y miles más.
“Por las tierras invadidas,
Por los pueblos conquistados,
Por la gente sometida,
Por los hombres explotados,
Por los muertos en la hoguera,
Yo te nombro, Libertad”.