En marzo del año pasado tuve la fortuna de conocer de cerca a la Premio Nobel de Paz, Rigoberta Menchú. La guatemalteca aceptó formalmente la invitación que le hicimos desde la Universidad del Tolima, para que viniera a Ibagué a acompañarnos en la celebración de los 70 años de existencia de la institución. Durante tres días participó en diferentes espacios académicos en donde manifestó su visión de paz y sus apreciaciones sobre el proceso de diálogos de La Habana entre el gobierno colombiano y las FARC. En ese entonces, el número de compatriotas escépticos a dichas conversaciones era mucho mayor al de hoy y los puntos de acuerdo entre gobierno y guerrilla parecían estar embolatados.
Menchú ante la mirada atónita de quienes la acompañamos en medio de conferencias y entrevistas, narró como varios integrantes de su familia fueron torturados y asesinados por escuadrones de la muerte conformados por militares y policías de su país. Quizás el caso más aberrante fue el de su padre quien fue quemado vivo en medio de un acto simbólico de protesta. Igualmente el de su madre quien fue fusilada y enterrada en una fosa común. Ella, mientras algunos de sus compañeros indígenas optaron por unirse a grupos rebeldes; se armó de valor para emprender una lucha pacífica por los derechos humanos, denunciando el régimen de su país en el mundo entero y cambiando el sentir de venganza por el perdón y la recuperación histórica de la memoria.
Hoy cuando el proceso de diálogos con las FARC parece estar cada vez más cerca de un acuerdo final, cobran mucho sentido algunas apreciaciones de Rigoberta que guardo conmigo desde aquel entonces. La primera de ellas es tener claro que la paz no se va a conseguir firmando un acuerdo en papel o en mármol con los grupos armados. Mientras siga existiendo desigualdad, pobreza, corrupción y otros tantos males que aquejan nuestro país, difícilmente se podrá alcanzar una paz verdadera, con justicia social o “armonía social” en palabras de Menchú.
En segundo lugar, reconocer el grave error en el que caen quienes se oponen a esa búsqueda del fin de un conflicto que ya tardó medio siglo y cobró más de seis millones de víctimas. Si bien la firma de un acuerdo final no garantiza que en Colombia nadie vuelva a traficar, secuestrar y matar, terminar esa guerra nos ahorrará millones de vidas y nos pondrá a pensar en los muchos otros problemas que tiene el país, como la corrupción que es el cáncer que poco a poco hace metástasis en el pueblo colombiano.
Otro de los valiosos aportes de la guatemalteca fue aquel de resaltar el papel de la víctima como protagonista de paz y la no re victimización. Hace unos días, Ingrid Betancourt fue blanco de duras críticas por sumarse a apoyar el proceso y ofrecer su voluntad de trabajar por esa búsqueda de paz. Algunos sectores del uribismo le reclamaron duramente por “perdonar” al grupo que la tuvo secuestrada durante seis años. Aportaba Menchú que la víctima debe ser constructora de paz y convertirse en protagonistas de una salida. Para ella, su lucha además de un Premio Nobel, le permitió alcanzar una salud espiritual y una voluntad personal de perdonar para vivir en armonía.
Yo realmente celebro que tanto Ingrid Betancourt, como Clara Rojas y demás ex secuestrados, hayan decidido acompañar el proceso de diálogos de La Habana. Quien más que ellos tienen la autoridad moral para sumarse a ese deseo de una inmensa mayoría de colombianos quienes nos cansamos del discurso del odio y el miedo.
Las víctimas tanto de las FARC como del paramilitarismo merecen que sus hijos y los hijos de sus hijos, crezcan en un país sin guerra.
Yo estoy convencido que lo último que preferiríamos del fin de ese conflicto, sería votar por alguno de esos señores que hoy están en la Habana, es más, algunas veces repudiamos su cinismo y sus posturas frente a temas de los cuales han sido los mayores victimarios, sin embargo es necesario aprender a perdonar, sobre todo cuando muchos de quienes promueven el odio, jamás han vivido el horror de la guerra y la han visto a medias contada por la gran prensa colombiana. Un país medianamente en paz debe nacer pronto y un acuerdo final entre ambas partes solamente será un punto de partida para encontrar aquel camino de la paz del cual hablaba Gandhi.