Cuando abrí el enorme portón de hierro de acceso a los sótanos de la Casa de Nariño, en mi condición de recluta del Batallón Guardia Presidencial, no imaginé que estaría abriendo las puertas a Carlos Pizarro, comandante del M-19, que con Antonio Navarro llegaban a la residencia presidencial para firmar el final de la guerra con el Presidente Virgilio Barco. El hecho me marcó y decidí dedicar los esfuerzos de mi vida a la lucha por la defensa de los Derechos Humanos, registrando en el periodismo audiovisual los desgarres del país, de la gente humilde.
Años después, como estudiante de periodismo de la Universidad Javeriana, sumergido en los febriles debates estudiantiles intentando encontrar las claves para superar años de violencia, aferrados a los argumentos sobre las causas de la violencia, nos tomamos las calles y el espacio público para impulsar la “Séptima Papeleta”, propuesta que crearía el fenómeno insurreccional pacífico que, junto con la paz del M-19, creó el clima de opinión política suficiente para la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente, escenario en cual se redactó la Constitución Política de 1991.
A Pizarro lo asesinaron el 26 de Abril de 1990, al igual que a Luis Carlos Galán y a Bernardo Jaramillo, en plena campaña presidencial.
Viajaba, recuerdo, en un avión comercial rumbo a la ciudad de Barranquilla, tierra en la cual estudie mis años de Bachillerato en el Colegio San José, y un sicario integrante del entonces Departamento Administrativo de Seguridad DAS, la misma institución que fue infiltrada por la criminalidad del paramilitarismo, las mafias y el narcotráfico, que se dedicó durante el régimen de Álvaro Uribe Vélez a perseguir defensores de Derechos Humanos (tuve que exiliarme durante varios años), ese agente del DAS descargó las balas de una subametralladora en la cabeza del candidato presidencial. Cuando el avión retornó al aeropuerto El Dorado, la vida de Pizarro se le había escapado por los orificios mortales. Barranquilla, para siempre, se quedó esperando la visita de Pizarro.
El M-19, por decisión colectiva liderada por Antonio Navarro, continuaron (aún siguen) en la brega de edificar la paz desde el camino de la no violencia. La sociedad, de igual manera, reconoció el gesto de la agrupación armada otorgándoles el perdón judicial necesario.
El camino de la reconciliación lo empezaron a transitar y las ciudadanías decidieron acompañar y respaldar políticamente la decisión de paz. Alcanzaron las mayorías en la Constituyente de 1991, lograron una bancada importante en el Congreso de la República y sus líderes destacados han ocupado cargos en alcaldías y gobernaciones, incluida la Alcaldía Mayor de Bogotá de Gustavo Petro.
Tejer reconciliación, sanar las heridas profundas de años de desgarres bélicos, para los del M-19, no ha sido un camino fácil. Sindicaciones, persecuciones y hasta a asesinatos han sido sometidos.
Sin embargo, no han claudicado en el empeño revolucionario de hacer la paz sin la violencia, inscrito en la dinámica universal que ha ganado consensos en un mundo que rechaza la guerra y la violencia. Aquí en Bogotá, en el 2006, por iniciativa de la bancada del Polo fue aprobado en el Concejo de Bogotá el reconocimiento al lgado de Pizarro y se le otorgó la “Orden José Acevedo y Gómez” y se ordenó la elaboración de un óleo para que fuera colgado, según lo dispusiera la Mesa Directiva, en el recinto del Concejo. Estrecheces presupuestales no hicieron posible cumplir lo ordenado, según el Reglamento Interno, por la mayoría del Concejo en la letra de la Proposición 190.
Por estos tiempos, veintiséis años después del asesinato de Carlos Pizarro, con la misma bancada de Concejales del Polo y el Progresismo, tomamos la decisión de cumplir lo ordenado por el Concejo. En ceremonia realizada en el Salón los Comuneros se descubrió el óleo de Pizarro, dibujado por los trazos de un joven maestro, sobreviviente de las guerras la Comuna 13 de Medellín. Cada pincelada simboliza el multicolor de la paz en Colombia.
El desprecio intolerante por la paz y por la vida se ha hecho sentir. Vociferante ha clamado por no dejar colgar el óleo de Pizarro.
Insistiré en que la ley distrital se cumpla. Es la pedagogía de los caminos para la tramitación de las diferencias sin la violencia, esencia del derecho – deber de la paz, según la letra del Artículo 22 de la Constitución. Sí podemos.
La valentía de Morris le hace un estandarte en la lucha legítima por los derechos de los ciudadanos y de los campesinos de Colombia. Su programa Contravia destapó la dimensión de las masacres y la persecución de los líderes de los campesinos y de los mismos inocentes que cultivan la paz y los víveres con que se surten las capitales de los departamentos y las grandes ciudades que no les hacen llegar la paga justa a estos titanes que nos dan de comer en la urbes…