Los dos números que dan vida al titular de esta columna dan cuenta – y no simbólicamente- de la inmoralidad, del poder malicioso, ilegal y pérfido que hizo posible que en la sociedad se entronizara ese ethos mafioso con el que asumimos negocios, relaciones sociales y las propias que podemos establecer con el Estado y con agentes privados.
En la historia reciente del país, estos dos números aluden a un ya largo y naturalizado proceso de desaparición de los límites entre lo legal y lo ilegal; entre lo correcto y lo incorrecto; entre lo moral y lo inmoral; en estos números confluyen la débil institucionalidad estatal y la consecuente incapacidad del Estado para erigirse como guía moral para sus asociados; circunstancias estas que permitieron la aparición de líderes, de políticos y toda clase de ciudadanos e incluso, de empresarios, curas, periodistas y futbolistas, entre otros, que desde sus lógicas promovieron, auparon, legitimaron, banalizaron y aplaudieron prácticas mafiosas, criminales e ilegales.
El 82, en particular, coadyuva a poner en evidencia la ceguera de los miembros de una sociedad que al devenir confundida, ética y moralmente, hizo e hicieron posible que el narcotráfico trazara los caminos angustiosos de un éxito, social y económico, sostenido en la crueldad y la comisión de todo tipo de crímenes. El Todo Vale, de reciente aparición política en Colombia, tiene allí su cuna y origen.
Ese mismo número, da cuenta de la complacencia internacional de gobiernos extranjeros que saben usar la información que tienen de aquellos políticos que, al saberse reconocidos o pillados, no les queda otro camino que comprometerse a mantener y extender las relaciones de dominación entre un Norte opulento y un sur empobrecido. Con el 82 se confirma que la soberanía nacional deviene no solo quimérica, sino simbólica.
Igualmente, con el 82, el país entendió que la justicia es selectiva y que puede más el poder intimidante de ciertos políticos, que la acción legal de los pocos jueces que han osado referirse a quienes tuvieron y mantuvieron relaciones, filiaciones, acercamientos y cercanías con reconocidos mafiosos y jefes de los carteles de la droga que hicieron de Colombia un narco Estado y una narco democracia.
El 12, por su parte, alude a la decisión equivocada, pero bien pensada, de unos auto denominados patriotas, que en lugar de fortalecer a la Fuerza Pública para enfrentar el desafío político y armado de las guerrillas, prefirieron crear, apoyar y financiar a grupos ilegales (paramilitares) que, como brazo armado del proyecto económico que los respaldaba, sacaran, asesinaran, intimidaran y desplazaran a quienes desde tiempos inmemoriales son señalados como ciudadanos incómodos: afros, indígenas y campesinos. Para aquellos defensores del modelo económico extractivo, esas dos nomenclaturas resultaron mágicas en tanto familias poderosas lograron desaparecer a esos sempiternos ciudadanos incómodos.
82 y 12 son dos números en los que se ancla el poder político y económico, con la doble moral de una sociedad que prefiere a un político corrupto y criminal, que a un ciudadano que defiende ideas de izquierda.
Por ello, ahora que las Farc poco a poco, y de acuerdo con el cronograma pactado, dejan las armas y se acercan a vivir la transición a partido político, el país debe empezar a recuperar o a reconstruir la memoria de esas otras formas de violencia, propias del conflicto armado interno, la Gran Prensa no quiso o no pudo ver y cubrir; la misma que ha tratado de ignorar a quienes con mayor responsabilidad política y jurídica se acercan a las historias que arrastran el 82 y el 12.
Y si sumamos el 82 y el 12, el resultado quizás dé cuenta del tiempo que nos vayamos a demorar en superar los episodios de violencia, los odios y sobre todo, la inmoralidad que acompañan a quienes guardan relación con estos dos signos numéricos. Ojalá no deba pasar tanto tiempo para transformarnos como sociedad y Estado, hasta lograr proscribir la violencia y a los símbolos del poder mafioso y criminal que guardan relación con dichos numerales.
12 y 82, o 82 y 12, el orden en el que invoquen estos numerales, poco importa. Lo que importa es el hastío o repugnancia que nos genere- debería de producir- su invocación, o por el contrario, las simpatías y afectos que a miles de colombianos aún les produce quienes están directa o indirectamente relacionados con estos dos símbolos numéricos.
Gracias