La clase dirigente de la Costa Caribe generó un patrón de conducta política para manipular a sus electores (casi que científico por los técnicos y eficaces resultados) que bien es conocido en el ámbito Nacional, y del que mucho se ha dicho pero que poco se ha hecho, salvo los recientes hechos que comprometieron a la Senadora Aida Merlano y al empresario barranquillero Julio Gerlein.
Por décadas Barranquilla ha experimentado el fenómeno de la compra-venta del voto. Un fenómeno que logró hacer metástasis política en el desarrollo de la participación ciudadana, estancando por completo la construcción de ciudadanía.
Aún con lo pragmático de la teoría, ésta produce efectos en nuestra realidad local. Quizás falle en sus bases teóricas pero su lógica es perfecta desde los fines que se ha propuesto nuestra clase política.
Barranquilla por décadas marchó a la deriva de la informalidad cotidiana, perdió ese título de urbe progresista gracias al alto potencial de corrupción de dirigentes politiqueros que también por décadas han manejado nuestros recursos a sus anchas y que ahora, y sin vergüenza alguna quieren dar un salto a la historia, necesita sin duda un proceso reingeniería, y de resiliencia social.
Derivo esta reflexión en el hecho de comprender que la transformación de la participación política y electoral, el desarrollo de ciudadanías alternativas, y por ende el disenso y la oposición; no son inequívocos accionantes del poder público, la burocracia y el bienestar social.
Aún cuando hoy Barranquilla esté siendo reconocida en el ámbito nacional por sus innumerables logros en materia financiera, urbanística, educativa, de ser modelo de atención en la primera infancia, modelo de atención en salud, de ser la ciudad con mayor inversión per cápita, de presentar uno de los índices de desempleo más bajos y de ostentar al alcalde con la mayor aprobación en la historia, persiste aun una deuda política y social que saldar. Y no es más que aquella deuda que tiene que ver con la trasformación de los procesos de participación político- electoral, de construcción de ciudadanías alternativas y por ende del desarrollo de una oposición que desde el disenso garantice la felicidad pública.
En una concepción más profunda, se necesita una transformación real en la Inteligencia Política de los Barranquilleros. Si concebimos que la voluntad es la expresión de una emoción y/o motivación de la que depende la buena marcha de una situación, es precisamente sobre este elemento que debería enfatizarse el fortalecimiento de la inteligencia política, y que ésta no manifestase en una conducta socialmente patológica desde el punto de vista político, desde el punto de vista de la participación, que al parecer cada vez más entra en una riesgosa zona de confort.
El estado de confort social, el nulo estado de participación ciudadana, de expresiones de disenso no es concordante con los niveles de desarrollo que la ciudad ostenta. Hoy, en un nuevo y transitorio contexto de “comunidad” y “ciudadano” en el ámbito constructivo de la democracia, aquellas prácticas de disentir con el gobierno ya no son apodícticas porque implícitamente llevan intereses personales y/o de élites para luego negociar. Asimismo, las pocas expresiones de oposición buscan una creciente acogida en la opinión pública como trampolín para sostenerse en el Statu Quo de poder.
En Barranquilla no hay consciencia de que el desarrollo político, el disenso, la ciudadanía alternativa y la oposición, no admiten apreciaciones simplistas e inexactas, y que no es suficiente con ostentar políticas alternas frente a la opinión pública con el fin de llegar al poder. No hay conciencia de que para convencer a un ciudadano de una sociedad progresista, tales acciones deben traducirse en el reflejo de la búsqueda de una felicidad pública; comprendida como esa armónica esfera social en la que todos podemos relacionarnos y construir.
Como sustento de la legitimidad de la oposición, de la legitimidad de ciudadanías alternativas, del disenso; la reciente historia política de Barranquilla debe conllevarnos al convencimiento de cumplir con esta determinante responsabilidad política y ciudadana. La falta de participación ciudadana en el Barranquilla nos conllevó a una simultánea cadena de corrupción política que materializó más de dos décadas de atraso (Administraciones de Bernardo Hoyos, Edgar George y Guillermo Hoenigsberg).
Pese a que Barranquilla hoy respira un tufillo de ciudad cosmopolita, de ese mismo modo, actualmente sigue siendo imperiosa la necesidad de desarrollar ciudadanía participativa con carácter político porque es fundamental para el futuro de la ciudad que existan quienes señalen los equívocos por acción u omisión de un mandatario.
En el caso del alcalde Alejandro Char, la imagen del mandatario local se mezcla con la del barranquillero alegre, jovial y “arrebatao”, con la del empresario, la del ferviente hincha del junior, y con la del bailarín de cumbia para ser una sola. Esto sin entrarse en la dicotomía de si estamos frente a un buen gobernante, pero un mal político.
Infortunadamente para el desarrollo político, a algunos gobernantes les cuesta comprender y aceptar las dimensiones de este ejercicio en cuanto le abre paso a la gobernabilidad. Pero no es secreto que existen en las “agendas ocultas” intereses que no pueden ser negociables.
La muestra más fehaciente en Barranquilla de la falta de ciudadanías libres y alternativas que enfrenten el disenso es la no puesta en marcha de la descentralización y/o desconcentración de los recursos, de la creación del Fondo de Desarrollo Local (LEY 1617, Febrero 5 de 2013), que a partir de la vigencia fiscal de esta ley, no menos del diez por ciento (10%) de los ingresos corrientes del presupuesto de la administración central del distrito deberán ser asignados a dicho fondo. Tema que evidentemente causa ampollas y a bien ha sido negociado porque hasta la fecha no ha habido pronunciamiento alguno, mientras en otras ciudades las experiencias han sido ya evaluadas.
Concluyendo que la administración pública, la participación y el disenso son consideradas tipos de conductas humanas que determinan cómo se distribuye, se ejerce y se relaciona la autoridad política y cómo se atienden los intereses públicos; considero que sobre Barranquilla se debe trabajar la inteligencia emocional y política, procurando introyectar la asimilación de una conducta más responsable y equitativa y casi que esta llegue a ser para el ciudadano una virtud, tal como se caracteriza a otras regiones.
Para esto, se necesita que las Instituciones, los buenos políticos, las regiones, la cooperación internacional vuelquen su mirada hacia éste fenómeno local porque en definitiva, de una u otra forma, afecta el ámbito nacional.