Ante la disyuntiva de avanzar o retroceder como nación nos encontramos hoy en Colombia, de cara a las elecciones que se realizarán el próximo año tanto para el Congreso (el 11 de marzo) como para la Presidencia de la República (el 27 de mayo, con segunda vuelta, si se necesita, el 17 de junio).
La situación no resiste más interpretaciones y es lo que debemos definir, con cabeza fría, si es que de verdad nos interesa el país. Es mejor que no nos coja la noche y que vayamos pensando, analizando y sopesando las cosas que dicen los posibles candidatos antes de que empiecen a lavarle el cerebro a la gente, como suelen hacerlo. Si empezamos desde ahora, la emoción y las estrategias de la campaña nos llegarán con menos pasión y nos darán la oportunidad de utilizar más la razón.
El pasado 24 de marzo, en una encuesta realizada por Cifras & Conceptos, la intención de voto de algunos colombianos en torno a los candidatos más populares se reflejó en un empate entre Germán Vargas Lleras y Gustavo Petro, lo cual demuestra, una vez más, lo lejos que estamos de que se acabe la división entre unos y otros, tal como pasa en Bogotá, en donde esa división no terminará hasta cuando Peñalosa abandone el Palacio de Liévano. Esa terrible situación hay que erradicarla.
Pero vamos por partes, diría Jack. Desde las huestes del Centro Democrático ya dijeron que van a “revisar” los acuerdos con las Farc, así el senador Álvaro Uribe haya insistido en que no es que quieran echar para atrás lo acordado, cosa que cualquiera entiende como un eufemismo para maquillar la verdadera intención de ese partido político que es, efectivamente, darle un puntapié a un intento de reconciliación y de paz, sea con el candidato que sea: Iván Duque, María del Rosario Guerra, Carlos Holmes Trujillo, e incluso el mismo Óscar Iván Zuluaga, a quien le dieron la espalda, pero que puede resucitar si luego Uribe le da la espalda a los otros y decide apoyarlo de nuevo.
Por otro lado, está en el partidor, así no lo haya dicho, Humberto de la Calle Lombana, exjefe negociador del Gobierno en las conversaciones con el antiguo grupo insurgente de las Farc, grupo que, dicho sea de paso, ha mostrado voluntad de paz pese a los inconcebibles e inaceptables incumplimientos en las zonas veredales y de las trabas que le han puesto algunos legisladores al trámite de las leyes que puedan ofrecer una correcta implementación de lo pactado.
De la Calle, por supuesto, ofrece una continuidad en lo que tiene que ver con la paz, pero habrá que ver qué más ofrece, porque ya nos hemos dado cuenta de que el problema no eran solo las Farc, sino que hemos descubierto que al país lo carcome la corrupción, la mentira, el engaño, el odio y el rencor.
En otra orilla se encuentra la izquierda representada por Jorge Robledo a quien nada le gusta, todo lo ve mal y reniega de absolutamente todo lo que le huela a Santos o Uribe, es decir, como Uribe, una oposición recalcitrante y radical que de seguir así, nada construye.
Y la lista se agranda con Sergio Fajardo, Claudia López, Roy Barreras, Martha Lucía Ramírez y, ¡quién lo creyera!, con Alejandro Ordóñez, quien pese a su destitución como Procurador, hoy posa, con tirantas y todo, al lado de una niña, también con tirantas y todo, de faro moral y de ejemplo de pulcritud para el país. Aquí se ve de todo.
A esa esa lista podrían sumárseles algunos otros, como el uribista Juan Carlos Pinzón, Francisco Santos o Juan Manuel Galán, sin ninguna opción.
Un abanico variopinto de candidatos disfrazados de derecha, de izquierda o de centro, de acuerdo a la situación política coyuntural. Los de ultraderecha ya se sabe quiénes son.
En todo caso, sean quienes sean los candidatos, el quid del asunto radica en quién le ofrece al país la garantía de que no se volverá a repetir, nunca jamás, el levantamiento en armas de las Farc o cualquier otro grupo; en quién será capaz de finiquitar el proceso con el Eln; en quién hará una lucha frontal contra la corrupción y contra las bandas criminales (rurales o urbanas), no solo con palabras sino con hechos.
Asimismo, en quién le pondrá freno a la ignominiosa situación de los niños en La Guajira, o al olvido del departamento del Chocó; en quién proteja a los líderes sociales que son víctimas de intimidaciones o de asesinatos, en fin, en quién, de verdad, asuma la tarea de darle la largada final a un país que debe avanzar, que debe olvidar, que debe perdonar y que debe arrancar, casi que desde cero, con el propósito de edificar una nueva vida, ojalá en paz.
Y en quién que sea capaz de parársele al mundo, sin tapujos, sin ambages, con valentía y sin duda alguna, para decirle que la lucha contra las drogas no se vence a punta de fumigaciones con glifosato sino legalizando, así sea paulatinamente y con todos los elementos educativos y de precaución que conlleva una decisión de esa naturaleza, todo lo que, hoy, muchos pacatos y doblemoralistas han llamado, casi que rasgándose las vestiduras, la planta maldita, olvidando que maldita es la muerte, el sufrimiento y el dolor que lleva consigo esa planta, precisamente por ser, en la actualidad, absurdamente ilegal.
Y en quién que no diga que el país nada en coca ahora, cuando la historia demuestra que siempre se ha sumergido en ella. “‘Con Ernesto Samper tuvimos una tendencia calcada de la actual, Uribe tuvo un mal registro entre el 2004 al 2007, a pesar de que en ese momento era el de mayor intensidad del Plan Colombia y de la Seguridad Democrática’. Según el académico, a Uribe, con las cifras históricas de aspersión y erradicación de esos años, la coca se le subió de 120.000 a 160.000 hectáreas”, dijo Daniel Mauricio Rico Valencia, investigador de Ideas para la Paz, en publicación de El Tiempo, del pasado 22 de marzo.
Creer en políticos no es tarea fácil, pero toca. Tendremos que expresarnos con el voto y confiar en ese alguien por el cual lo depositaremos en la urna. Qué bueno sería que el 2018 sea un año electoral que desemboque en un mandatario y en unos congresistas que piensen en el país.
Qué hermoso sería que las campañas, por más duras que sean, no utilicen las mentiras, ni la estrategia de invitar a la gente a salir emberracada a votar, ni los improperios, ni las calumnias. Ojalá que se centren en propuestas que apunten al bienestar de la gente del común a quien la guerra no la beneficia; en poner sobre el tapete las necesidades del ciudadano de a pie, y el cómo solucionarlas.
Ojalá, por fin, encontramos un país que avance, que no se estanque. Ojalá que el 2018 no sea el año del retroceso.
Adenda: Son simples delincuentes los que creen que atacando buses, bloqueando el TransMilenio o agrediendo gente, como los que dicen llamarse hinchas del fútbol, pero realmente son matones, van a mejorar los pésimos servicios por los que, supuestamente, protestan. Así no es. La gente tiene derecho a la protesta pacífica no a destruir las cosas. El sistema TransMilenio es indignante, denigrante y perverso, pero no mejorará con violencia. Se necesita un Alcalde.