«¿Es que acaso los pobres no tenemos derecho a la salud?»

Carlos se convierte nuevamente en una víctima de este perverso sistema de salud que parece contestar con sus graves acciones la pregunta que él lanza desde su camilla, minutos antes de ingresar a la cirugía que le puede salvar la vida.

Infórmate - Corrupción

2020-02-01

«¿Es que acaso los pobres no tenemos derecho a la salud?»

Autor: Cristian F. Álvarez

 

Carlos Paredes* es un esposo y padre al que la vida le cambió drásticamente de la noche a la mañana. Tan grave es ese cambio que, mientras usted lee esta nota, él lucha por su vida en la cama de un hospital por culpa, según él y su familia, de una negligencia médica.

Carlos es un hombre humilde de la capital del país que se dedica a la carpintería para mantener a su familia, y que como puede, hace los aportes a la salud a través de Capital Salud EPS.

Durante toda la semana pasada, Carlos estuvo presentando una dolencia en su espalda y cadera que se acrecentó entre el miércoles 22 y el jueves 23 de enero. Para el viernes 24 el dolor empezó a trasladarse hacia su ingle, situación que hizo que Carlos notara un hinchamiento de su zona testicular.

Ese viernes sentía mucho malestar, con dolor en la cadera y encima noté mis testículos enrojecidos. Me sentía muy mareado. Como yo tenía antecedentes de quiste en un testículo pensé que era eso lo que me hacía sentir tan hinchado, por lo que fui a consultar, cuenta Carlos con algo de pudor.

 

El calvario de Carlos

Como pudo, llegó junto a su familia al hospital de San Blas, en la localidad de San Cristóbal, cerca del mediodía. Carlos admite que la atención para el Triage fue relativamente rápida, recuerda que demoró cerca de media hora de él llegar.

Sin embargo, también resalta que tras esta rápida revisión, ni le habían asignado una camilla o una silla y mucho menos lo habían canalizado o brindado unos primeros cuidados.

Después de la revisión por parte de una médica, esta ordenó que se le brindara una inyección de la droga Tramadol para calmar el dolor de Carlos, sin embargo, según él, ahí empezó su calvario ya que la inyección en vez de ayudarle con su dolencia, hizo que experimentara más dolor.

Era tanto el dolor que ya no me aguantaba, me le metí al consultorio y le supliqué a la doctora que me diera algo más fuerte. Ella me decía que me creía pero que no podía hacer nada más. Yo no le creo. Como a la hora, después de tanto insistirle, me dio una segunda dosis de Tramadol en inyección.

El efecto fue igual a la primera dosis: el dolor en aumento y sus testículos cada vez más hinchados y enrojecidos. Carlos volvía a recurrir a la súplica con la médica, pero en sus palabras cuenta que esta ya evitaba tener contacto con él. Se me volaba por otra puerta del consultorio.

 

Atendido en el suelo

Ante la falta de atención médica, Carlos paliaba su dolencia como podía. Recuerda que hubo momentos en que se iba a los baños del hospital y humedecía su ropa interior en un intento desesperado por atender su aflicción.

En otras ocasiones, que ya el intenso dolor e hinchazón se hacían intolerables, recurría a los mismos baños —con todo el riesgo infeccioso que eso conlleva— se desnudaba de la cintura para abajo y se ponía “a cuatro patas” para así poder descansar un poco del terrible dolor que lo aquejaba.

La sensación de paliar su malestar un poco se mezclaba con la de humillación que sentía que estaba viviendo.

Finalmente, y ya en horas de la noche, una enfermera se apiadó de sus súplicas y le brindó una tercera dosis de Tramadol inyectada. Sin embargo, por tercera vez, el fármaco no cumplió su cometido.

Carlos seguía presa de los intensos dolores de su zona inguinal. Acostado en el suelo — porque no le habían asignado camillas aún— veía como médicos y enfermeras literalmente le pasaban por encima sin siquiera dignarse a evaluar su condición. Carlos se retorcía del más intenso sufrimiento sin que nadie hiciera nada.

Al mucho rato me vino a revisar un residente de urología muy joven, la verdad ese muchacho no sabía dónde estaba parado. Me atendió tirado en el piso, pero no me dijo nada ni que tenía ni cómo me habían salido los exámenes, nada, cuenta Carlos a la vez que recuerda lo indignado que lo tenía tan inhumana situación.

A la 1 de la madrugada, casi 12 horas después de su ingreso al hospital San Blas, Carlos fue pasado a una camilla, la cual ubicó frente a la puerta de la Sala de Cirugías, ya que según le informó el residente solo lo podían atender después de que terminaran con una cirugía que había pendiente antes que él.

Carlos esperó, en medio de dolores, su turno de atención esperanzado que pronto terminaría su suplicio. Sin embargo, aferrado a esa esperanza lo sorprendió la ronda matutina del día sábado.

 

La urgencia tardía

Por la mañana pasó el otro urólogo, quien diagnóstico que al parecer tenía los testículos llenos de agua y por eso debían remitirme a un hospital de nivel 3 urgentemente. Yo sí vi que él médico como que se secreteaba con la enfermera, pero no supe que le diría, tampoco me dijeron que tenía.

Pese a la urgencia manifiesta, la remisión en ambulancia hacia el Hospital La Victoria solo se llevó a cabo a las 4 p.m. Cuando Carlos llegó a La Victoria aún adolorido sintió un gran susto cuando escuchó que se referían a él como el “paciente que llegó con gangrena”.

De acuerdo con Carlos en su estancia en el San Blas nunca le informaron de su estado de salud. Es enfático al decir que no le dijeron que tenía ni cómo habían salido sus exámenes, pese a que él reconoce que ese es uno de sus derechos fundamentales como paciente.

A mí lo que más me duele es que yo les supliqué que me revisaran otra vez, pero me negaron esa segunda revisión. Por culpa de esa negligencia perdí una parte de mi cuerpo. En este momento no tengo escroto, me arrancaron un pedazo de piel de 37 centímetros de ancho por 27 de largo y cinco centímetros de profundidad, señala Carlos indignado.

Y eso es lo que le entristece a Carlos, pues de acuerdo con él si lo hubieran revisado por una segunda ocasión como tanto lo imploró no estaría pasando por este dolor.

Para él, era preferible que le hubieran dicho que no lo podían atender en San Blas o que se fuera para otra clínica. Pero lo dejaron allá sin hacerle nada. Es más, los médicos de La Victoria le dijeron que si se hubiera quedado dos horas más en el San Blas sin atención, ya no se salvaba.

 

La gran pregunta

Entre sollozos  de un hombre asustado Carlos confiesa su principal temor: “Los médicos de La Victoria me dijeron que me tienen que hacer una colostomía y una cistotomía. Y que en esta cirugía usted puede entrar, pero no salir”.

Antes de entrar a la cirugía —que se le realizó el jueves 30 de enero, es decir una semana de graves dolores después— Carlos desde ya anuncia medidas legales contra este nuevo caso de negligencia médica que no solo lo afecta a él sino también a su familia y a su entorno.

Carlos se convierte nuevamente en una víctima de este perverso sistema de salud que parece contestar con sus graves acciones la pregunta que él lanza desde su camilla, minutos antes de ingresar a la cirugía que le pueda salvar la vida.

 “Sí, yo sé que yo tengo Capital EPS, pero… ¿es que acaso los pobres por ser pobres no tenemos derecho a la salud?”.

 

 

*Nombre cambiado por solicitud de la fuente.

 

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Álvarez Cristian
Periodista de la Universidad de Antioquia. ¿Quis custodiet ipsos custodes?